La neblina estaba muy espesa camino a casa. Había sido una noche de conversación, baile y risa, tanto que las horas se habían hecho demasiado cortas entre tanto mojito cubano. Aquel trago preparado con mucho hielo, azúcar, hierba buena y un licor que sin saber que era hacia que la noche se disfrutara de mejor manera. Con varios de ellos en el cuerpo, la visión se hacía aun más difícil para manejar aquella burbuja, en la cual se había convertido el automóvil… Si porque en medio de esa neblina, el auto parecía ser una burbuja que flotaba en medio de la nada, en medio de lo desconocido que llegaría a la meta final: La cama.
Ese era el recuerdo de la última vez en que el trasnoche había sido parte de la vida. Dado que en esos momentos la vida se había transformado en un día que comenzaba y terminaba de igual forma, casi inmóvil sin la posibilidad de poder salir, caminar, correr o bailar como lo hacía hasta hace unos días atrás. Sí, porque tanta fiesta pasa la cuenta, y el cuerpo se cansa… Se enferma.
Sentir el cuerpo cansado y enfermo no es una sensación muy cómoda, más bien es limitante y muchas veces te hace dependiente, aunque ciertamente nos permite detener el tiempo y llamar a la tranquilidad, remontarnos a todo lo realizado, a cuestionarnos, a querer remediar y corregir los errores cometidos; pero también te hace saborear la soledad. Lo queramos o no el mundo sigue su curso, es uno el que se detiene. Familiares, amigos y conocidos siguen su curso. Y son pocos los que se detienen en ti. Así va la vida ahora, rápida, egoísta e individualista… Quizás requerimos de una enfermedad por muy simple que esta sea para darnos cuenta de quienes somos, que queremos, que tenemos; pero más aún a quienes tenemos a nuestro lado… Y así comencemos de nuevo valorándonos y valorándolos.
viernes, 15 de octubre de 2010
En la Burbuja de mi Enfermedad...
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